Me encanta escaparme “sola” un ratito, al caer la tarde y dar un paseo tranquila, caminando, sin estar subida a las prisas que te conducen los “vehículos con ruedas” durante todo el día.
Muchas casas de Pasadena tienen bonitos jardines, pero raramente me encuentro a alguien disfrutando de ellos, alguien a quien saludar o con quien tener una pequeña conversación cotidiana. La mayoría están dentro de sus casas, conectados a la tele o al ordenador. A veces te cruzas con alguien haciendo footing o paseando a su perro, pero suelen ir con los cascos puestos…
Pero no me importa. Me gusta detenerme a “oler” los jardines que tiñen las casas de colores primaverales y hacer fotos a las flores sencillas que encuentro por el camino, como si así pudiera retener su aroma en la memoria. Están ahí, esperando a que las mires para alegrarte el día, sin pedir nada a cambio.
Me gusta buscar alguna fuente que se deje “escuchar” tímidamente, escondida en un jardín secreto para no ser descubierta, hasta encontrarla.
Aquí la primavera huele a jazmín, a azucenas, a lirios, a lilas, a madreselva, pero sobre todo a rosas.
Abundan los jardines de rosas, con todo tipo de variedades y colores. Nunca he sido muy amante de los ramos de rosas, prefiero cualquier flor silvestre que crezca a su aire. Pero los rosales me gustan, porque tienen espinas que protegen a sus flores para que florezcan y desprendan todo su aroma.
Es mi momento, y me siento privilegiada como una reina, oliendo estos jardines de rosas, sola y libre.
Tarareando esa sencilla canción que tantas veces hemos cantado y bailado: “…dime tu nombre y te haré reina en un jardín de rosas, tus ojos miran hacía el lugar donde se oculta el día…”
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